Todos los años y luego de que la actividad deportiva expira, los socios de la ACTC se unen alrededor de una mesa, convocados por la Comisión Directiva, hablan, comentan y departen entre ellos.
El tema, lógicamente es el paso por las rutas y las pistas de cada uno de ellos, las carreras, los abandonos, los golpes, el equipo y las anécdotas de varios años de actividad sobre un auto de carrera.
Anoche, un veterano piloto, Roberto Vadalá, piloto del TC que corrió con un Ford Falcon entre los años 76´y 81´vino a la cena acompañado de su nieta, una jovencita que participó junto a él en la cita anual.
Esta niña, tal como muchas de las adolescentes, lucía varios tatuajes que dejaba ver sin tapujos en diferentes zonas de su cuerpo, pero en su brazo izquierdo llamaba la atención la figura de un auto, precisamente un Ford con un número lateral y la vieja y alta toma de aire de los TC de los 70´. Era el reflejo en tinta, debajo de su piel y para siempre, del auto con el que su abuelo había participado en el TC.
Es probable, que esta niña haya visto muy pocas unidades Ford Falcon en su vida y mucho menos en acción, pero lucía orgullosa la figura de aquel auto con el que su “nono” se lucía en el TC.
Este ejemplo fue destacado en la cena y sorprendió a muchos de los jóvenes pilotos presentes y tiene un solo significado…pura pasión. Solo el TC lo hace posible.
Roberto Vadalá, no ganó carreras, participaba, en la categoría, casi de manera artesanal, tiene 84 años, es oriundo de la ciudad de Bella Vista y en sus comienzos llevó en la butaca derecha a un sobrino suyo que luego se luciría en el TC: Osvaldo Sasso, quién desafió a su tío y se quedó finalmente con el Falcon de éste para ganar una competencia reservada para no ganadores en Buenos Aires y terminar su carrera de la infausta manera que todos conocemos.
Su nieta, a sabiendas de la historia y del homenaje, luce orgullosa esa imagen que la acompañará toda la vida.